Te he escrito tantas veces que he perdido la cuenta. Prometí no volver a hacerlo, y aquí me tienes, rompiendo mis promesas una vez más. Hojas de papel rotas en mil pedazos en la basura, casi tan rotas como yo. Noches en vela y ojeras que llevan tu nombre. Discos llenos de canciones que me recuerdan a ti rallados y almohadas manchadas de lágrimas. Todo está mal desde entonces. Y recaí, pues no sabes lo duro que es no tenerte. Casi he olvidado lo que era recibir mensajes tuyos. Lo que era revisar el móvil cada cinco minutos para ver si me habías respondido. Lo que era discutir por cualquier tontería y que luego llegaran las mejores reconciliaciones. Casi he olvidado todo eso, pero no consigo olvidarte a ti. Te dije una vez que habría siempre un hueco para ti en mi corazón, y tú me dijiste lo mismo. Pero yo no te supe echar nunca, y no estoy segura si yo entré en el tuyo alguna vez. Había demasiado sitio para tu mundo, un mundo que no era para mí, y tampoco para ti quizá. "Eres lo más importante de mi vida" decías, y cuando pudiste me echaste de ella. ¿Y por qué? Sigo sin poder contestar a eso, nunca lo he sabido. Quizá porque te gustaba llevar siempre la razón, y no querías que te quitaran la venda de los ojos. O quizá porque yo soy demasiado cabezona, y soy de poner la piedra en el camino. Dejaste de escribirme, de pensarme, de quererme. Dejaste de intentarlo, de luchar incluso. Y ambos nos rendimos, tú cegado por el odio y yo por las lágrimas. Y ahora ya no nos tenemos. Nos hemos perdido, nos buscamos sin encontrarnos. Ahora solo nos quedan las cicatrices de un pasado que no volverá y la certeza que al final, tantos kilómetros, nos pudieron.
Pero, ¿sabes qué? Al final entendí que debía quedarme con esa persona que dijera "no me podría imaginar mi vida sin ti", y realmente no pudiera hacerlo.
Natalia Crespo, @besartusonrisa.